lunes, octubre 24, 2005
viernes, octubre 14, 2005
Hamlet y Ofelia.
(Hamlet dirá este monólogo creyéndose solo. Ofelia,
a un extremo de la escena, lee.)
Hamlet. Ser o no ser: he aquí el problema. Cuál es más digna acción del ánimo, ¿sufrir los tiros prenetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dromir. No más. Y con un sueño las aflicciones se acaban y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. He aquí el gran obstáculo; porque el considerar qué sueños pueden desarrollarse en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, se siente un motivo harto poderoso para detenerse. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga, haciéndonos amar la vida. ¿Quién, si yo no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe el pacífico, el mérito con que se ven agraciados los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando todo el que esto sufre pudiera evitárselo y procurarse la quietud con un sólo puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta, si no fuese porque el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte (país desconocido, de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan, antes de ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes; así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia. Las empresas de mayor importancia, por esta sola consideración, mudan camino, no se ejecutan, y se reducen a designios vanos. Pero... ¿qué veo? ¡La hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.
Ofelia. ¿Cómo os encontráis, señor, después de tantos días que no os veo?
Hamlet. Muy bien; muchas gracias.
Ofelia. Conservo en mi poder algunos recuerdos vuestros que deseo restituirlos mucho tiempo, y os pido que los toméis.
Hamlet. No, yo nunca te di nada.
Ofelia. Bien sabéis, señor, que os digo verdad... y con ellos me disteis palabras de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor. Pero ya disipado aquel prefume, recibidlos, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quién los dio. Vedlos aquí.
(Presentándole algunas joyas. Hamlet rehúsa tomarlas.)
Hamlet. ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
Ofelia. Señor...
Hamlet. ¿Eres hermosa?
Ofelia. ¿Qué pretendéis decir con eso?
Hamlet. Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
Ofelia. ¿Puede acaso tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
Hamlet. Sin duda alguna. Más fácil es a la hermosura convertir a la honestidad en una alcahueta, que a la honestidad dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía a esto por una paradija; pero en la edad presente es cosa probada. Yo te quería antes, Ofelia.
Ofelia. Así me lo dabias a entender.
Hamlet. Y tú no deberías haberme creído, porque aunque la virtud llegue a injertarse en este duro tronco, nunca desaparece el sabor original... Yo no te he querido nunca.
Ofelia. Muy grande fue mi engaño.
Hamlet. Vete a un convento: ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de las que puedo asustarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy soberbio, vangativo, ambicioso, con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma y tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir, arrastrándose entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados. No creo en ninguno de nosotros; vete, vete a un convento... ¿En dénde está tu padre?
Ofelia. Esta en casa, señor.
Hamlet. Pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer tonterías las haga dentro de su casa. Adiós.
(Se aleja y luego vuelve.)
Ofelia. ¡Oh, mi buen Dios, favorecedle!
Hamlet. Si te casas, quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve, no podrás librarte de la calumnia. Créeme, vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto: porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras las convertís en fieras... Al convento, y pronto. Adiós.
Ofelia. ¡El cielo con su poder le ilumine!
Hamlet. He oído hablar mucho de vuestro afeites y embelecos. La naturaleza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Con esos contoneos, ese pasito corto, ese habla aniñado, os fingís inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero no hablamos más de esa materia, que me ha hecho perder la razón. Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamiento: los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Vete al convento, vete.
sábado, octubre 08, 2005
21 gramos
martes, octubre 04, 2005
Menudo Fin de Semana
JUEVES